domingo, 21 de septiembre de 2014


A veces las carreteras son una forma de escapar. Nada mejor para una gran tristeza, que una larga carretera. Entre más profunda la pena, más extensa la carretera. Pero la condición es transitarlas solo, como sólo se puede ir a través de una tristeza verdadera. La profundidad de sus trazos inacabables y el silencio del viento surcándote, son el mejor estadío para la meditación necesaria, el mayor remedio para encarar el tiempo que todo lo cura.

Nada mejor que tu auto y una buena dotación de música para la ocasión. Allí adentro te puedes volcar como calcetín y ver tus sentimientos aflorar para ordenarse, serenarse. Por ello, en un horizonte abierto, las carreteras dibujan un perfecto punto de fuga.

Para esos afanes, las rectas son propiciatorias, indispensables. Las curvas te reclaman discernir entre las ideas que se aglomeran. Las rectas te permiten la introspección plena. Sólo cuando rebasas a otro vehículo pierdes la desconcentración y debes regresar a la Tierra y sus durezas objetivas.

Pero no hay que olvidar que las carreteras son mágicas. Constituyen un túnel anímico que te transforma. Si te entregas a él y si seleccionas bien tu música, tu estado de ánimo puede llevarte de la desolación a la euforia. Poco a poco, te vas dando cuenta de que avanzas, hasta el punto donde te das cuenta de que te haz dado cuenta de todo y de que haz avanzado todo. El tiempo y el espacio han transcurrido por dentro de ti; te han redimido.

Es entonces cuando llegas a tu destino. Al arribar, te asombrará darte cuenta de que, a pesar de tus pesares, la alegría es la estación de embarque y llegada de una carretera, que transita por la íntima soledad hasta convertirla en comunión con tu circunstancia. Por eso las carreteras son transitables y son mágicas; un espacio para reafirmar que la condición humana es pasajera y diversos sus paisajes íntimos.


(Dormingo revisitado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 20 de septiembre de 2014 y para ser leído como fue escrito: hace tiempo tras un largo viaje en carretera, después de visitar a sus hijas en territorio distante y escuchando ahora el “play list” preparado para viajes carreteros, que inicia con “Where the streets have no name” y termina con la Sinfonía No 9 “From the new world” de Dvorak)

domingo, 7 de septiembre de 2014

Mírame


Mírame. Descúbreme sintiéndote, sintiéndome, asumiéndome. Tócame con ese manto de gasa y gozo. Deja que sienta la calidez del infinito sin tiempo ni circunstancia. Pon un momento esa magia sobre mí y explícame deletreándome. Sintetízame: mírame.

Mírame. Mírame y redímeme. Justifícame. Hazme sentir lo que se siente cuando se siente. Sublima este pedazo de existencia y cobija su humana naturaleza. Pon aquí tu mirada y sálvame en la inocuidad. Haz un haz de luz con tus ojos que me ilumine por dentro, hasta explotar como arcoiris, pero sin prisma no prisa.

Mírame. Mírame con esa mirada tuya, única, absoluta, tersa, suave, dulce, sonriente, perspicaz, penetrante, atolondrante, exhultante, convocante, relajante, enamorante, vivificante, como caricia de Dios, como cariñito de viento fresco en verano, como beso de aire caliente en invierno, como cosecha de mares y lares.

Mírame. Mírame con esa mirada de brújula y enséñame donde está el puerto donde habrá de desembarcar el destino con todo y su tripulación de seres locos, diminutos y perdidos en su desamparo de sí mismos, como mimos sin mimos.

Mírame. Mírame y hazme sentir que el calor no es una temperatura, sino una sensación de gratitud. Y que la gratitud no se agradece, sino se disfruta, pues es grata. Mírame y recuérdame cómo es que, siendo mujer, eres cobijo y ausencia a la vez.

Mírame y tócame con ese tacto tuyo, tan inmaterial y sublime. Mírame. Mírame y cúbreme con esa forma de acariciar sin tocar, con esa manera de tomarme sin tocarme, con ese estilo que tienes sin decirlo.

Mírame y háblame de la vida primigenia. Mírame y recuérdame de qué se trata todo esto.  Mírame. Mírame y hazme sentirte sobre mí, como si fueras sólo tu mirada y tu mirada no fuese otra cosa que el olor a ti y el sabor de tu silueta bajo de mi.

Mírame, mírame por favor, por piedad, y hazme sentir, otra vez, que sí estoy vivo.


(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 7 de septiembre del 2014 y para ser leído como fue escrito: recordando su mirada y escuchando, con frenética obsesión, la versión de “Something” que los salvajes del Cirque du Solei  incluyeron maravillosamente en su “Love”)

domingo, 31 de agosto de 2014

Guía para un Dormingo



Levántese moderadamente temprano. No exagere, sólo hágalo antes que los demás, si es que vive usted felizmente acompañado. Si es ése el afortunado caso, bese suavemente a su pareja. Sea cuidadoso: deje sobre la frente un beso leve que sea perceptible, pero no incomode ni despierte. Mejor si acompaña el beso con un abrazo regocijante y agradecible.

Dispóngase para la dicha de la ducha sin prisa. Sólo los Dormingos ofrecen la grata posibilidad humana de disfrutar el agua tibia sin la presión neurótica del reloj y sus horarios laborales y escolares. No desperdicie, pero disfrute. Si le nace, chifle o cante para sí. Incluso si lo desea, no se bañe.

Ya de píe y listo, revise alacena y frigorífico para hacer recuento de provisiones. De él, deduzca un menú para la ocasión. Por favor, evite en todo punto la chafa tentación de los cereales y cualquier otro alimento al que solo se le agregue agua o leche para engullirlos. La cultura de nuestro país ofrece un bastísimo catálogo de platillos para almuerzos dormingueros.

Una amplísima variedad de ellos tiene su base en los huevos (o blanquillos, para evitar confusiones). Rancheros, a la mexicana, estrellados, revueltos con jamón, frijoles, chorizo o hasta salchicha, son opciones que usted podría considerar. Incluso, si está de inspiración y con tiempo suficiente, puede aventurarse a la experiencia transatlántica de la torrilla de patatas. Si su inclinación yanki es irremediable, los hot cakes pueden ser una excepción. Sólo recuerde que quedan más esponjados si usa leche clavel en vez de la regular.

Prepare el café y, mientras toma las primeras tasas, disponga el desayuno y convoque a los suyos a la mesa. Recíbalos con amor como a quien llega a una gran homilía. Comparta el pan y la sal, con el dulce de la mañana y los jugos de las frutas. Procure una conversación inaugural.

Después del desayuno, vaya usted por su periódico. Léalo sin aflicciones, mientras los demás se asean y preparan. Recuerde que nada es para tanto; ni el mundo, ni el país, ni los otros han sido nunca realmente una amenaza. Ninguna noticia, ni mala, ni buena, será nunca suficiente para una historia completa.

Antes de salir de casa, llame a un par de amigos. De ésos de gran valía a los que uno malamente poco procura. Entérese de sus asuntos y hágale saber su estima. Después, visite a algún familiar anciano y prepárese para acudir más tarde a los alimentos como pretexto para el disfrute de las gratas compañías. Relájese y entréguese a su relajación. Vea el atardecer en silencio. Disfrute su vida este día, es Dormingo.




(Dormingo revisitado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 30 de agosto del 2014 y para ser leído como fue escrito: algún domingo de éstos, con un café y en bata de baño, recién salido de la regadera, y escuchando el silencio de una mañana quieta y a solas…)

La Perilla


A Naty, que hoy vuela…


Todos los seres humanos nacemos con un dispositivo cerebral que bien podemos llamar “la perilla”. Se trata de un procedimiento (ojo: procedimiento, no mecanismo) de respuesta ante determinados impulsos externos que demandan de nuestra parte una opinión o una decisión. Dicho procedimiento es muy simple, pero de connotaciones muy complejas: en síntesis, consiste en un abanico más o menos restringido de opciones que las personas tenemos o creemos tener al presentarse situaciones ante las que debemos formarnos una opinión o, lo que es más contundente, tomar una decisión.

“La perilla” parte de un supuesto hiper-elemental: todas las personas estamos opinando y tomando decisiones a cada instante. ¿El tráfico de esta avenida es muy intenso o no? ¿Puedo intentar cruzarla en este momento o más tarde?. Esta persona que viene hacia mí, ¿es digna de mis consideraciones o no?, ¿la saludo o no? Son del tipo de las miles de opiniones y decisiones que todos los días nos hacemos. Y el común denominador es uno muy esencial: son y se trata de dilemas. Y nada como enfrentarnos a dilemas para medir o probar nuestro real y efectivo apego o no a valores y principios: sólo cuando estamos ante un dilema probamos realmente cuál es nuestra concepción de las cosas, los pensamientos, las acciones y sus consecuencias.

Así, todo el tiempo nos estamos formando opiniones y forjando decisiones: enfrentando dilemas. Por eso nos autodenominamos “animales racionales”. Y aún cuando el abanico de posibles opiniones y decisiones es casi exponencialmente tendiente a infinito, lo cierto es que, al final de cuentas, se reducen a dos tipos: las buenas y las malas.

Y lo bueno y lo malo en este caso no es un asunto moral; es un tema estrictamente procedimental y, más aún, instrumental. Aquí hay de dos sopas: las opiniones y las decisiones buenas y las malas. Y las buenas lo son porque son positivas y constructivas, en tanto que las malas lo son por negativas y destructivas. Ambas definidas así por su esencia y en sus consecuencias.

Así de simple: con nuestras opiniones y decisiones en la vida o construimos o destruimos. Desde luego, hay miles de matices en medio de estos extremos, pero al final de cuentas se refieren a opiniones y decisiones que son buenas, positivas y constructivas o malas, negativas y destructivas.

Y esos son, precisamente, los extremos de “la perilla”: o estamos en la vida de buenas, positivos y constructivos o estamos de malas, negativos y destructivos. No hay más. Y la alternativa de en qué lado de la perilla situar nuestra opción es siempre nuestra. De qué lado ponemos el cursor de “la perilla” es responsabilidad nuestra y de nadie más. Estemos concientes de ello o no, siempre es nuestra y de nadie más, por más que la circunstancia determine a la conciencia.

Voy a poner un ejemplo para explicarme. Supón por un momento que durante doce años no viviste con tu hija, por haberte divorciado de su madre. De repente, la vida te da la oportunidad de vivir con ella y tu, feliz y loco de contento, piensas que es para siempre o para casi siempre. Al menos te fijas el plazo de que ese “casi siempre” puede durar más o menos cuatro o cinco años, en lo que ella termina sus estudios de licenciatura. De repente también un día en una cena, como quien no quiere la cosa, te suelta el anuncio de que ya se va de casa: que se comienza a independizar. Entonces, ante este dilema, ¿qué haces? ¿Pones “la perilla” del lado malo, negativo y destructivo y opinas que la vida ya no tiene sentido porque tu hija se va y tomas la decisión de tirarte al drama y la depresión? O ¿pones la perilla del lado bueno, positivo y constructivo y opinas que lograste lo que propusiste desde la primera vez que la abrazaste y te la pegaste recién nacida al corazón decidiendo que querías educar a una mujer soberana y tomas al decisión de apoyarla con alegría y convicción?

El asunto, sencillo y radical como lo son las cosas simples y verdaderas de la vida, es claro: en la vida todos tenemos la responsabilidad de vivirla. Y hacia dónde y cómo pongamos “la perilla” será, siempre, asunto nuestro: de nuestras opiniones y decisiones.



(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 9 de agosto del 2014  y para ser leído como fue escrito: mientras tus seres amados conversan y tu escuchas un “playlist” cojonudo de “electro tango”, neta. Fundamentalmente, todo o casi todo Gotan Project)

miércoles, 16 de julio de 2014

Sazón para el Corazón (Plegaria a San Miguelito)


A Cynthia, naturalmente,
en ofrenda al talento con que nos nutre

Sazón para el corazón. Un poco de calor, para tanto color. Un poco de sabor, para tanto candor. Un poco de olor, para tanto esplendor. Un poco de todo, para tanto buen modo.

Una mano que con frutos danza, una mirada que aderezos lanza. Entre pizca y pizca, el sentido del equilibrio y la comunión: maridaje de la creación. Una ensalada, como hada alada, como ese corte extinto en su reencarnado tinto. ¿Un mezcal? No, mejor dos o tres sin pensarlo, pero ya no cuatro, porque entonces habrá quinto no malo.

Y es que el secreto de la receta no está en los ingredientes, ni en la ruta de su cocción: está en los cimientes, en el ánimo que la anima, en el toque exquisito de esa existencia creativa que nos recrea con sonoros sabores, preciosos olores. ¿Y ese Santo de cabeza? ¡Es su gran fortaleza!

Aquí no se come, se alimenta. Y el nutriente no es sólo el que la mar, la tierra y el cielo generosamente nos ofrece, sino la magia con que una muchacha incandescente lo ofrenda y lo reinventa.

Por eso, si vienes, emprende con goce los signos de su carta y si al leer en ella los mangares del mundo encuentras la gracia que transforma las sensaciones en sentimientos, será porque te ha cobijado el manto de San Miguelito y la mirada sutil de la chamán que le guía hacia ti. Por eso, si vienes, no te irás. Por eso, disfrútalo.

Ahora, provecho, siéntete en vida: estás en una cocina viva que, nunca furtiva, vibra altiva y nativa.


(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 12 de julio del 2014 y para ser leído como fue escrito: sentado en mi mesa de la terraza de San Miguelito, haciéndole los honores a un plato mezcalero con sus dos mezcales de Tzitzio y escuchando de memoria el “play list” que un día voy aquí a dejar)

Cambio (Oda 22)


A Vicente y la banda de Cambio de Michoacán
A Gerardo, por su valiosísimo Mérito Ciudadano

Miro tus ojos y me sublima tu mirada. Sé que detrás de ella está el discernimiento, la recreación, la reinvención, la redención, la explicación y proyección de todo cuanto traigo dentro y pongo en este curioso espacio lleno de aire, de viento y de ráfagas que me esparcen como línea ágata, como cometa de papel y tinta. Bumerán impreso que vuela tan alto como lo lleves tú: por entre las nubes, por entre las claridades, incluso las de los atardeceres y las de los amaneceres. Más aún: incluso la de los dormingos.

Te observo leyéndome y te veo cambiándome. Noto como me anotas. Sé que todo cuanto pretendan decir estos signos cobrarán algún sentido hasta que tu los leas y los sometas a tu juicio. Los reinventes y termines, afinándolos y afirmándolos. Entonces tendrán rumbo, como si de palabras errantes, ideas huérfanas, se tratara. El continente asumirá, recibirá, adquirirá su contenido.

Siento cómo me lees y luego existo porque pienso contigo. Cambio. Cambio cuando me cambias; cuando logras que diga lo que quise decir, porque lo piensas tú conmigo, porque lo reescribes tu. Cambio cuando me traduces, cuando me transformas en algo real. Yo, tan etéreo, tan impresentable, tan intangible, como palabra sin rostro, sin sonido, soy por ti.

Por eso escribo: para que me leas y para que me expliques. Para que un día viva, al menos en la esperanza de ser. Para que un día tu me digas lo que quise decir y pude decirlo. Por eso estoy aquí, este día, este dormingo, en este periódico que se llama Cambio y cambia para ti. Este periódico que ahora cumple 22 vueltas al sol. Enhorabuena y muchos días de estos.


(Dormingo revisitado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 05 de julio de 2014 y para ser leído como fue re-escrito: el día del aniversario del Cambio de Michoacán, lamentando no haber acompañado a mi querido Gerardo Herrera a recibir el Premio al Mérito Ciudadano 2014. Escuchando, ¿por qué no?, a la maravillosa Nina Simone con su “Feeling good”. La viñeta es de la Grande Ana Lucía Solís, Colibrí)

domingo, 6 de julio de 2014

Un día


Un día voy a clavarme en esa cascada de fuego. Me voy a deslizar por esa espalda de lava y me voy a crucificar en la encrucijada de la vida. Justo donde todo pierde su nombre y todo consiste y conciente a quien se incinera sobre sus propias ansiedades por convertirse en ceniza, si es que ceniza es y en ceniza habrá de convertirse.

Un día voy a deslizarme y llegaré hasta el final, al otro lado de la realidad, en el fondo, sólo porque insistes. Ya verás. Ya sentirás. Si es que insistes.

Un día te voy a poblar, y sembraré ese surco tuyo con la semilla mía. Pero sólo si no llueve esa noche. Porque si llueve esa noche me desdibujaré entre tus humedades para renacer en todas las soledades. Por eso, mejor que sí llueva, pero sólo hasta que amanezca, porque entonces me secaré en medio del fuego de tus exigencias, ya sin reclamos.

Un día te me voy a amanecer y mis soles nacerán en tu selva, justo antes de que tus tempestades me inunden y no tenga otra opción que ahogarme en tu marea.

Un día te me vas a amanecer dormida, como en esta noche que te sueño y te extraño, como nunca.

Un día voy a navegar esa cadera, y si su cadencia me aprisiona, me dejaré caer sobre ti como mástil de madera. Y al amanecer prepararé el café, como siempre.


(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 28 de junio y para ser leído como fue escrito: de madrugada después de una jornada brutal de trabajo y una dosis quizá desmedida de mezcal, escuchando de memoria el sonido de las humedades… mientras, afuera, la lluvia cae al pasto como el verso al alma, parafraseando a El Poeta)